El condenado, que en el momento de los hechos (2008) tenía 16 años, fingía representar a una agencia de modelos, y asumía otras identidades falsas para obtener fotos y vídeos de sus víctimas desnudas y en actitudes sexuales. Ha sido condenado a varios meses de realización de tareas socioeducativas relacionadas con la sexualidad. Es la primera sentencia dictada en la Región de Murcia contra un menor como responsable de un delito de descubrimiento y revelación de secretos y otros de prostitución y corrupción de menores.
El procesado había creado numerosas cuentas de correo electrónico y perfiles en redes sociales diferentes para poder entrar en contacto con chicas menores, jóvenes o parejas usando diversas triquiñuelas.
Así, por ejemplo, contactó con varias menores a las que «bajo la promesa de un trabajo para la supuesta agencia les solicitaba primero datos personales, como edad o medidas, y finalmente les pedía que posaran ante la ´webcam´ desnudas», tal y como consta en la sentencia. Otras veces chantajeaba a sus víctimas exigiendo que se desnudaran asegurando que disponía de vídeos sexuales de ellas y que los difundiría si se negaban.
En otra ocasión se hizo pasar por una pareja y convenció a otra para que realizaran actos sexuales ante la cámara web. A cambio, él acusado les puso imágenes de una grabación pornográfica haciéndoles creer que eran de la supuesta pareja.
También llegó a suplantar a chicas para recomendar a otras chicas que contactarán con él.
En un momento en que las webcams proliferan como setas por los cuartos de los menores internautas de medio mundo es útil recordar un caso que conmocionó a la opinión pública hace unos pocos años y que avanzó cuáles pueden ser algunos de los riesgos más graves que pueden acompañar a este periférico. Justin Berry, un muchacho estadounidense, montó un negocio de pornografía infantil en la que él mismo era protagonista, con tan sólo 13 años. Estuvo obteniendo beneficios de mostrarse desnudo y manteniendo relaciones sexuales ante la webcam durante 5 años. Finalmente obtuvo inmunidad de la justicia de su país a cambio de aportar información sobre el mundo de porno infantil online el que se movió durante esos años de ignorado y lucrativo delito adolescente. Hoy en día Justin da conferencias acerca de los peligros de la Red, el alcoholismo y el abuso de otras drogas.
Él era un chico normal, delegado de su clase, deportista, con buenas notas y que incluso tenía su propio negocio de desarrollo web. Pero, de manera secreta, también era una estrella de los webs de pornografía infantil desde los 13 a los 18 años. Todo comenzó cuando instaló su webcam a la búsqueda de amigas de su edad, algo que no encontraba fácilmente en el mundo real. Lo que acabó encontrando en un directorio de webcams fueron mayormente hombres que se deshacían en halagos, llenaban un vacío emocional en su vida y le ofrecían regalos. Un día uno de ellos le ofreció 50 dólares por quitarse la camiseta delante de la webcam: él pensó, «¿por qué no aceptarlos si hacía lo mismo gratis cuando iba a la piscina?». Así fue como empezaron 5 años en los cuales acabó vendiendo imágenes de su cuerpo en Internet, masturbándose y manteniendo relaciones sexuales frente a la cámara por dinero. Llegó a tener unos 1.500 clientes que le reportaron cientos de miles de dólares.
Fue descubierto en Internet por un reportero del New York Times, Kurt Eichenwald, que acabó convenciéndolo para dejar la pornografía y acudir a las autoridades. Finalmente el caso fue desvelado al público en un artículo publicado en diciembre de 2005 titulado Through His Webcam, A Boy Joins A Sordid Online World. El reportaje revelaba la existencia desde hacía años de webs de pornografía de pago protagonizada por menores (a menudo guiados por adultos) como el de Justin, cuyos contenidos eran generados desde los cuartos cerrados de los menores, en casa de sus padres, y que seguían siendo intercambiados online incluso cuando estos webs desaparecían.
En este tipo de webs los menores (que se bautizaron colectivamente como camwhores en los tiempos de Justin) programan masturbaciones retrasmitidas en directo o incluso aceptan shows privados interactivos donde realizan lo que los clientes les piden vía chat, en una especie de Matrix de las webcams, que sólo unos pocos conocen. En otros webs más amateurs los/las adolescentes ofrecen imágenes más y más atrevidas, simplemente a cambio de recibir más votos que otros/as.
Al de un tiempo de comezar su ilegal negocio, Justin poco consciente de los riesgos que implicaba, acudió a una cita con uno de los adultos implicados en él y sufrió abusos sexuales, que marcaron el comienzo de una etapa de sórdida caída en la que negociaba dura y fríamente con sus clientes, amenazaba a otros adolescentes competidores, iba separándose de su vida real, etc. Cuando tenía 16 años un antiguo compañero de clase descubrió vídeos de Justin en Internet y los comenzó a distribuir en la ciudad, incluso a compañeros del colegio. Entonces Justin dejó de ir a clase, según le dijo a su madre por problemas con los compañeros, para seguir sus estudios a través de teleformación. Posteriormente marchó a México con su padre, a quien puso al corriente de sus actividades (según revelaría más tarde) y comenzó a emitir relaciones con prostitutas en un tercer sitio web que abrió (con un modelo mayor de edad en la portada para dar una fachada de legalidad), y a consumir cada vez más marihuana y cocaína. Sufrió repetidos abusos por parte de otro cliente y comenzó sus intentos de abandonar esa vida, vagando por los Estados Unidos, refugiándose en la religión y incluso considerando el suicidio. Pero para su adicción a las drogas necesitaba el dinero y acabó asociándose con uno de sus clientes-abusadores en un nuevo web donde además de él, se ofrecían imaǵenes de otros adolescentes: al cumplir los 18 cruzó con ellos la línea que separaba la víctima menor del abusador adulto. Fue poco después cuando fue contactado por el reportero del NY Times y se abrió para él una vía de salida de aquel mundo.
Ya en los primeros años del siglo los adultos buscaban a menores de directorios de webcams y en webs de hacer amigos (hoy son llamados redes sociales online) y si respondían a sus mensajes comenzaban el proceso conocido como grooming. Algunos adolescentes piden regalos por medio de las listas de deseos de algunas tiendas online (uno de los habituales que reciben son precisamente cámaras de mayor calidad, para nutrir a los groomers con lo que desean), reciben recargas de móviles y otros incluso llegan a cobrar cuotas mensuales a sus clientes. En estos casos algunos negocios online se benefician indirectamente de esta lucrativa actividad ilegal.
Aunque lógicamente no todos los protagonistas de este tipo de pornografía se lucran: muchos menores ni siquiera son conscientes de ser explotados, cuando realizan sexting o sexcasting voluntariamente, y dichas imágenes acaban en webs porno. El sexting, el grooming, las webcams y graves delitos como la explotación y el abuso sexuales están unidos en la Red de una manera que los padres y los menores deberían conocer para evitar historias como la de Justin Berry.
El 26’6% de los adolescentes españoles practica o padece ‘ciberbullying‘, forma de acoso escolar que se realiza a través del teléfono móvil, Internet y otras nuevas tecnologías. Según los datos facilitados por el Injuve, el 10,5% de los adolescentes se ve implicado en estas actividades de ciber-acoso vía mensajería instantánea; el 4,6% a través del chat; el 4,3% por mensajes de teléfono, el 2,8% vía correo electrónico, el 2,7% por teléfono y el 1% a través de fotografías o vídeos.
Estas actividades son fuente de problemas de salud mental en los adolescentes que pueden replicarse durante su edad adulta. Entre el 10 y el 20% de los adolescentes a nivel mundial tiene algún problema de salud mental, según la OMS.
Un 14% de los alumnos de Secundaria ha sido víctima de insultos, burlas, amenazas, suplantación de identidad, difusión de imágenes comprometidas o rumores, al menos una o dos veces a la semana mediante internet (webs -incluyendo redes sociales-, chat, mensajería instantánea, correos electrónicos) o por medio del teléfono móvil.
Así se refleja en una encuesta realizada por los equipos de Educació i Ciutadania y el de Psicologia del Desenvolupament i l´Educació de la Universitat de las Baleares. Jaume Sureda, uno de los investigadores que ha realizado este informe junto a Rubén Comas y Mercè Morey, precisa que ese porcentaje no representa a víctimas de ciberacoso en todo el sentido de la palabra, ya que que éste implica una intimidación con reiteración en el tiempo.
De todas formas, los autores precisan que el acoso escolar ´tradicional´ sigue siendo más habitual que el ciberbullying aunque puntualizan que ante este, la indefensión es más grande.
Sureda, catedrático de Pedagogía Aplicada y Psicología de la Educación, explica que el peligro de los menores antes las nuevas tecnologías no está tanto en los contenidos (pornográficos, violentos, discriminatorios…), sino en sus relaciones en estos nuevos medios.
Así, en el informe figura que el sistema de mensajería instantánea MSN, el chat y las redes sociales online como Facebook o Tuenti (redes que utilizan siete de cada diez adolescentes de las islas baleares) son los escenarios más frecuentes del ciberbullying porque es más fácil en ellas mantener el anonimato y encontrar aliados que aplaudan sus insultos, burlas o amenazas.
Un 12,9% respondió que había insultado a través del MSN, pero de forma ocasional.
Un 1,1% dijo que suplantaba la identidad de compañeros en el Messenger, por lo menos una vez a la semana.
Son, en su mayoría, chicos.
En la mayoría de los casos, los jóvenes que sacan peores notas llevan a cabo más actos de intimidación ocasional que los que obtienen mejores calificaciones.
El 13,6% de los intimidados dijo que era compañero del agresor y que se llevaban bien.
Un 21% indicó que habían sido amigos.
Un 25% señaló que no tenían ninguna relación.
Entre un 20 y un 25% de los casos, la víctima no fue acosada por sólo una persona, sino por un grupo.
Casi una cuarta parte del alumnado de Educación Secundaria, un 23,5%, ha sido insultado a través de páginas web, por lo menos «una o dos veces». Ése porcentaje es preocupante, pero aún lo es más ese 6,6% de jóvenes que es insultado «una vez cada semana» o «varias veces a la semana».
El 7,7% ha sufrido burlas mediante el móvil.
El 10,5% ha visto su identidad suplantada en chats.
El 7,3% ha sido amenazado mediante el MSN messenger.
El 1,2% ha sufrido la divulgación por email de vídeos comprometidos suyos.
El 6,6% se ha encontrado con fotos indiscretas suyas publicadas en la WWW sin su permiso.
El 7,4% ha sufrido rumores y falsedades difundidas sobre él en las redes sociales online.
Esos son algunos de los datos provisionales que se incluyen en un completo informe que el equipo de investigación Educació i Ciutadania de la Universitat mallorquina está aún ultimando y para el que se han entrevistado a 1.826 adolescentes de entre 13 y 16 años.
La tendencia del sexting se originó con el envío de frases erótica para luego incorporar el envío de fotos. Poco a poco fue transformándose en una moda peligorsa entre escolares y adultos chilenos.
Flora de la Barra, siquiatra infanto-adolescente de la Clínica La Condes, explica que la llegada de internet ha conducido entre los jóvenes un nuevo tipo de sexualidad furtiva y sobreerotizada, un simple deporte.
«Lo que he visto en los escolares es que las consecuencias se trasladan inmediatamente a su vida emocional, porque los jóvenes que practican esta moda, generalmente son adolescentes confundidos para quienes su único referente son la moda del momento y las redes virtuales. Son adolescentes muy solitarios», explica.
Por ello, precisa, estas prácticas sólo pueden sostenerse dentro del mundo de adultos con criterio. Por ejemplo, en el caso de una pareja, que obligados por una separación por trabajo puedan recurrir al sexting para mantener vivo el erotismo en su relación. Pero sin abusar.
El doctor Christian Thomas, director del Centro de Estudio de Sexualidad Chile (CESCh) explica: «Una foto erótica y un nick actúan como un antifaz en una fiesta: la doble vida es muy característica de los chilenos… He tenido pacientes que tienen idilios casanovescos por mucho tiempo con otras mujeres y en su vida diaria ni tocan a sus esposas. Pacientes que se masturban tres veces a la semana por chat y no han tocado a su pareja en un mes», explica.
Para los adultos, el sexting puede salvar situaciones y ayudar a erotizar a una pareja -que por falta de tiempo o distancias vaya preparando su encuentro de fin de semana.
«A veces la mujer manda a su pareja una foto que se sacó por debajo de la falda y él en respuesta le muestra el pecho o sus genitales y van potenciando una relación erótica. Sólo hay que tener cuidado que esas fotos no caigan en otras manos como algunas veces ocurre y con muy mal resultado», advierte.
Alexito, en el messenger, tiene de 19 años (…) Estudia Ingeniería Comercial en una universidad privada y confiesa que no tiene novia, pero sí sexo ocasional.
Según él, graba todos los encuentros. Vive pendiente de su teléfono. En la sala de clases sostiene con una mano el celular y con la otra escribe la materia.
Llega a mandar hasta treinta mensajes de texto diarios. Confiesa que tiene el registro de todas sus parejas sexuales.
Explica que esta técnica la utiliza para perfeccionarse en el sexo: su propio corto pornográfico que repasa una y otra vez para ver si falla en los movimientos mientras satisface a una chica. Pero el contenido de su celular siempre, siempre lo revela a sus amigos.
Alex confiesa que graba sin consulta previa y que las niñas-víctimas abandonan la cama sin saber que quedaron inmortalizadas en su teléfono.
Paulo Pereira, subcomisario de la Brigada de Cibercrimen de Investigaciones, señala que esta moda entre los escolares chilenos empezó hace un par de años y puede viajar de la forma más naif: la niñita que se hace una foto en tanga para el pololo del colegio y cae en otras manos.
«Por ejemplo, ¿qué pasa si le toman una foto a un escolar en el camarín de su colegio y ésta se empieza a distribuir entre sus compañeros? Estos casos se transforman en bullying porque se está provocando un menoscabo hacia el niño, y si sumado a eso el niño posa para la foto, esta imagen pasa a ser inmediatamente material pornográfico infantil», aclara.
Toothing: Este procedimiento consiste en dejar el bluetooth encendido para ver quiénes están conectados a menos de diez metros de distancia. Se dice que en España e Inglaterra aún es usada esta técnica poco conocida para encontrar fugaces parejas sexuales.
Upskirting: Fotografiar debajo de las faldas de las mujeres en lugares públicos para luego publicar y hasta intercambiar las imágenes con verdaderos adeptos al voyeurismo. Es una moda que roza con la pornografía infantil cuando se capturan las imágenes de escolares. La inescrupulosa moda se originó en países como Japón, Estados Unidos y España y ya ha llegado a Chile.
La Sección de Criminalidad Informática de la Fiscalía de Málaga ha detectado un aumento de delitos tecnológicos cometidos por menores de 18 años, ilícitos que en muchos casos se producen sin que el niño o niña que los comete sea consciente de que ha delinquido.
«Ahora se está dando mucho el hecho de colocar en una página una foto de un profesor que te ha suspendido o te cae mal y hacerle comentarios de todo tipo o tocar la imagen y ridiculizar a su protagonista», explica el fiscal de Criminalidad Informática, Jacobo Fernández-Llebrez Castaño. Si el vídeo o la fotografía se difunden a través de las redes sociales o por medio de ´Youtube´, el menor que lo ha transmitido puede incurrir en un delito castigado por el Código Penal,.
De las 294 operaciones efectuadas por la Guardia Civil y la Policía Nacional para atajar los delitos tecnológicos durante el pasado año, 13 estaban relacionadas con amenazas; 12 con robos de cuentas de correo y 25 con la comisión de injurias y calumnias. Muchos de estos delitos fueron cometidos por menores de edad. La mayoría no son conscientes de haber delinquido. También es ilegal leer los mensajes que no son propios.
En sólo tres meses de funcionamiento (febrero-mayo de 2009), la Fiscalía de Criminalidad Informática está presente en 75 procedimientos judiciales. La mayor parte de ellas (60%) está relacionada con estafas, las injurias y calumnias ocupan un 20%, y el resto es relativo a pornografía infantil.
Por motivos diferentes, padres y menores desconocen que muchas de las prácticas que los adolescentes llevan a cabo con las nuevas tecnologías tienen serias consecuencias penales.
El robo de claves, bien del messenger o de acceso a cualquera de las redes sociales está penado con hasta cuatro años de prisión; la usurpación de la identidad en el messenger puede costar otros tres años de cárcel, a los que se suma una hipotética condena por injurias o amenazas.
La mayoría de estas conductas tiene lugar sobre todo en la casa, en la que los menores tienen acceso sin control a ordenadores. La pelota, por tanto, no sólo está en la escuela, sino también en el domicilio familiar donde los padres, en la mayoría de los casos al borde del analfabetismo tecnológico son responsables de una generación sobrada en conocimientos digitales pero no demasiado consciente de sus consecuencias. Por ejemplo, es frecuente que ignoren que «internet deja rastro», es decir que los contenidos que por ejemplo se depositan en una red social pueden ser extraídos y manipulados.
Los expertos equiparan, para hacer un simil comprensible las imágenes que se cuelgan en redes sociales como Facebook, Tuenti o Twitter con «pegar fotos personales en una farola». Los chicos suelen ser candorosos y creer a pie juntillas en la identidad de sus interlocutores en los chat. Además, son usuarios activos de los programas P2P como el emule. «Se descargan contenidos que dejan en carpetas que tardan semanas en abrir. En muchas ocasiones esos ficheros ocultan pornografía», alerta el jefe del grupo de Delitos Tecnológicos de la Policía Nacional, Antonio Domínguez. Desconocer el contenido no exime de la responsabilidad penal.
Desde este inspector policial, hasta el fiscal de Delitos Tecnológicos, Jacobo Fernández-Llebrez, y el delegado de Educación, Antonio Escámez son unánimes al señalar que una medida tan eficaz como simple para detectar que los menores incurran en conductas delictivas o sean víctimas de ellas reside, simplemente, en impedir que tengan el ordenador en su dormitorio. En su opinión, debe de estar en una habitación común.
Otra fórmula eficaz es instalar filtros que impidan el acceso a determinadas páginas. Incluso el fiscal Fernández-Llébrez llegó a relacionar la irresponsabilidad paterna por no disponer de estas barreras con «ir con el niño de la mano por los prostíbulos de la ciudad».
Los responsables de la Fiscalía y de la Policía animan a los profesores a ayudar a los padres a evitar que los menores sean sujetos activos o pasivos de la delincuencia cibernética mediante actitudes que tampoco exigen un gran conocimiento de las nuevas tecnologías. Apostaron por estar al tanto de las relaciones personales de los menores, aunque con la prevención de que siempre prima el derecho a la intimidad sobre el de la educación. Ya ha habido chicos que han denunciado a sus padres por controlar sus conversaciones y han perdido.