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Recordando el caso de Justin Berry: cinco años produciendo autopornografía infantil

En un momento en que las webcams proliferan como setas por los cuartos de los menores internautas de medio mundo es útil recordar un caso que conmocionó a la opinión pública hace unos pocos años y que avanzó cuáles pueden ser algunos de los riesgos más graves que pueden acompañar a este periférico. Justin Berry, un muchacho estadounidense, montó un negocio de pornografía infantil en la que él mismo era protagonista, con tan sólo 13 años. Estuvo obteniendo beneficios de mostrarse desnudo y manteniendo relaciones sexuales ante la webcam durante 5 años. Finalmente obtuvo inmunidad de la justicia de su país a cambio de aportar información sobre el mundo de porno infantil online el que se movió durante esos años de ignorado y lucrativo delito adolescente. Hoy en día Justin da conferencias acerca de los peligros de la Red, el alcoholismo y el abuso de otras drogas.

Él era un chico normal, delegado de su clase, deportista, con buenas notas y que incluso tenía su propio negocio de desarrollo web. Pero, de manera secreta, también era una estrella de los webs de pornografía infantil desde los 13 a los 18 años. Todo comenzó cuando instaló su webcam a la búsqueda de amigas de su edad, algo que no encontraba fácilmente en el mundo real. Lo que acabó encontrando en un directorio de webcams fueron mayormente hombres que se deshacían en halagos, llenaban un vacío emocional en su vida y le ofrecían regalos. Un día uno de ellos le ofreció 50 dólares por quitarse la camiseta delante de la webcam: él pensó, «¿por qué no aceptarlos si hacía lo mismo gratis cuando iba a la piscina?». Así fue como empezaron 5 años en los cuales acabó vendiendo imágenes de su cuerpo en Internet, masturbándose y manteniendo relaciones sexuales frente a la cámara por dinero. Llegó a tener unos 1.500 clientes que le reportaron cientos de miles de dólares.

Fue descubierto en Internet por un reportero del New York Times, Kurt Eichenwald, que acabó convenciéndolo para dejar la pornografía y acudir a las autoridades. Finalmente el caso fue desvelado al público en un artículo publicado en diciembre de 2005 titulado Through His Webcam, A Boy Joins A Sordid Online World. El reportaje revelaba la existencia desde hacía años de webs de pornografía de pago protagonizada por menores (a menudo guiados por adultos) como el de Justin, cuyos contenidos eran generados desde los cuartos cerrados de los menores, en casa de sus padres, y que seguían siendo intercambiados online incluso cuando estos webs desaparecían.

En este tipo de webs los menores (que se bautizaron colectivamente como camwhores en los tiempos de Justin) programan masturbaciones retrasmitidas en directo o incluso aceptan shows privados interactivos donde realizan lo que los clientes les piden vía chat, en una especie de Matrix de las webcams, que sólo unos pocos conocen. En otros webs más amateurs los/las adolescentes ofrecen imágenes más y más atrevidas, simplemente a cambio de recibir más votos que otros/as.

Al de un tiempo de comezar su ilegal negocio, Justin poco consciente de los riesgos que implicaba, acudió a una cita con uno de los adultos implicados en él y sufrió abusos sexuales, que marcaron el comienzo de una etapa de sórdida caída en la que negociaba dura y fríamente con sus clientes, amenazaba a otros adolescentes competidores, iba separándose de su vida real, etc. Cuando tenía 16 años un antiguo compañero de clase descubrió vídeos de Justin en Internet y los comenzó a distribuir en la ciudad, incluso a compañeros del colegio. Entonces Justin dejó de ir a clase, según le dijo a su madre por problemas con los compañeros, para seguir sus estudios a través de teleformación. Posteriormente marchó a México con su padre, a quien puso al corriente de sus actividades (según revelaría más tarde) y comenzó a emitir relaciones con prostitutas en un tercer sitio web que abrió (con un modelo mayor de edad en la portada para dar una fachada de legalidad), y a consumir cada vez más marihuana y cocaína. Sufrió repetidos abusos por parte de otro cliente y comenzó sus intentos de abandonar esa vida, vagando por los Estados Unidos, refugiándose en la religión y incluso considerando el suicidio. Pero para su adicción a las drogas necesitaba el dinero y acabó asociándose con uno de sus clientes-abusadores en un nuevo web donde además de él, se ofrecían imaǵenes de otros adolescentes: al cumplir los 18 cruzó con ellos la línea que separaba la víctima menor del abusador adulto. Fue poco después cuando fue contactado por el reportero del NY Times y se abrió para él una vía de salida de aquel mundo.

El posterior testimonio de Justin ante comités del Congreso estadounidense ayudó a endurecer las leyes de ese país contra la pornografía y el abuso infantiles en Internet.

Ya en los primeros años del siglo los adultos buscaban a menores de directorios de webcams y en webs de hacer amigos (hoy son llamados redes sociales online) y si respondían a sus mensajes comenzaban el proceso conocido como grooming. Algunos adolescentes piden regalos por medio de las listas de deseos de algunas tiendas online (uno de los habituales que reciben son precisamente cámaras de mayor calidad, para nutrir a los groomers con lo que desean), reciben recargas de móviles y otros incluso llegan a cobrar cuotas mensuales a sus clientes. En estos casos algunos negocios online se benefician indirectamente de esta lucrativa actividad ilegal.

Aunque lógicamente no todos los protagonistas de este tipo de pornografía se lucran: muchos menores ni siquiera son conscientes de ser explotados, cuando realizan sexting o sexcasting voluntariamente, y dichas imágenes acaban en webs porno. El sexting, el grooming, las webcams y graves delitos como la explotación y el abuso sexuales están unidos en la Red de una manera que los padres y los menores deberían conocer para evitar historias como la de Justin Berry.

Fuente: Wikipedia y The New York Times.


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Imputados 6 jóvenes por un delito al honor tras colgar un montaje de una joven en Tuenti

Entre los usuarios de las redes sociales, se ha abierto un debate acerca de hasta qué punto pueden incurrir en un delito si realizan comentarios agresivos en la red. La preocupación viene tras hacerse público que Seis jóvenes extremeños de entre 16 y 19 años han sido imputados por un delito contra el honor por realizar un fotomontaje de una joven de 19 años y colgarlo en la red social ‘Tuenti’.

El agente responsable de la operación confirmó ayer que la investigación se llevó a cabo tras la denuncia presentada por la afectada. La joven recurrió a la Policía después de comprobar que alguien la había atacado en la red, un comportamiento que le estaba causando importantes trastornos. El fotomontaje había sido colocado en el ‘perfil’ creado por un joven, y tenían acceso a él varios amigos.

Desde el Grupo de Delitos Tecnológicos del Cuerpo Nacional de Policía se ha explicado que las denuncias relacionadas con Tuenti y otras redes sociales son más frecuentes de lo que se piensa. «No me atrevo a decir que diarias, pero en Extremadura entran todas las semanas denuncias relativas al robo de cuentas de correo electrónico o a vejaciones expresadas a través de la red. Para nosotros, todo lo que tenga que ver con un menor es grave, sobre todo por el trauma psicológico que le causa, y si hablamos de pornografía infantil la gravedad es infinitamente mayor».

Las investigaciones llevadas a cabo desde Extremadura no han detectado aún la existencia de pederastas residentes en la región que hayan colgado material en la red, pero sí han sido detenidas personas que se descargaban este tipo de imágenes prohibidas.

Más frecuentes son los robos de contraseñas de correos electrónicos, en ocasiones como una simple «gracia» y otras veces por despecho ante el fin de una relación de pareja. «La gente debe saber que el robo de cuentas de correo es un delito muy grave que se castiga en el código penal con penas de cárcel que van de 1 a 3 años».

Esa consideración hace que muchos de los denunciantes terminen buscando la forma de retirar la denuncia tras comprobar que el acusado es alguien al que conocen demasiado. «Este tipo de hechos suele darse en círculos cercanos y muchas veces no se imaginan quién puede estar detrás: se suelen llevar grandes sorpresas».

Ante una realidad creciente como ésta, la Policía recomienda ser muy prudente a la hora de introducir contenidos en las redes sociales y pide a las familias que estén alerta ante los posibles peligros que pueden correr sus hijos. «Los padres no suelen tener conocimiento de hasta dónde puede llegar su hijo. Internet mal utilizado tiene graves peligros».

Fuente: hoy.es